Los antimicrobianos administrados a los seres humanos, los animales y las plantas entran en el medio ambiente y en las fuentes de agua (incluidas las de agua potable) a través de las aguas residuales, los desechos, las escorrentías y las aguas negras y, por esa vía, propagan organismos farmacorresistentes y, por consiguiente, la propia resistencia a los antimicrobianos.
Este problema podría dar lugar a una mayor aparición y propagación de superbacterias resistentes a varios tipos de fármacos antimicrobianos y perjudicar también a otros organismos presentes en el medio ambiente.